¿Sabe lo que cuesta encontrar un anestesista de conejos?
‘La bidoctora’
Es un récord en doce años más uno de La Contra: Celia apenas lleva cinco minutos hablando, pero la transcripción de sus palabras ya ocupa un folio, en el que me ha proporcionado una cantidad ingente de sabrosa información. Así que con grabar apenas un cuarto de hora –¡y encima también me deja hablar a mí!–, podría irme tranquilo con la entrevista hecha, pero me quedo, porque dan ganas de aprender más con la bidoctora, como la apodan los celosos. ¡Y además plantea preguntas inteligentes! Por eso me resulta tan difícil localizar en la transcripción una obviedad, una imprecisión o una palabra de más. Si esta Contra no es tan brillante como Celia Sánchez-Ramos, yo soy el único culpable.
“Mi gran ídolo en el cole era Mendeléyev…
No sé si caigo…
El creador de la tabla periódica de los elementos.
Ah, sí; perdón…
Yo lo admiraba, porque, al clasificarlos, fue capaz de deducir que faltaba uno. Me pareció fascinante su deducción sistémica.
¿Por eso se hizo científica?
Me licencié en Farmacia –la vida son dosis– y, por tradición familiar, en Óptica Fisiológica, y, al final, me doctoré en Medicina y en Ciencias de la Visión.
Títulos no le faltan.
Lo esencial no son los títulos, sino las pasiones, y la mía es la percepción visual: ¿por qué sabemos que esta mesa es redonda?
Elemental, doctora, porque la vemos.
De elemental, nada. Es complejísimo. En realidad, sólo podríamos estar seguros de que es redonda si tuviéramos visión cenital, pero ¿estamos ahora colgando del techo?
No; sentados y bebiendo sólo agua.
Tampoco estamos levitando. Y, sin embargo, sólo mirando esta mesa aquí desde abajo sabemos que es redonda. ¿Cómo es posible?
Nunca me lo había planteado.
Extrañarse de lo obvio es el inicio de la invención. Yo enseño esa mirada que se interroga sobre lo consabido. Dirijo muchas tesis y me apasiona la neurociencia.
Pero no se queda usted en la teoría.
Me sentiría culpable si, tras haber operado de cataratas a 60 conejos e implantado filtros en las córneas de 404 ancianitos, no fuera capaz de registrar patentes para mejorar nuestra visión y la de nuestros hijos.
¿Es complicado operar conejos?
¡Complejísimo! ¿Sabe lo que cuesta encontrar a un anestesista de conejos? ¿Y técnicos de laboratorio y auxiliares que les pongan gotitas cada día? Y, después, hay que rezar para que no sufran y se mueran.
Alguna ventaja tendrán los conejos.
Me metí en experimentación animal porque muchos animales viven cuatro o cinco veces menos que nosotros y, por eso, en dos años llegas a resultados que, con humanos, requerirían veinte de experimentación.
¿No hay que confirmarlos en personas?
Claro. Soy investigadora clínica y por eso implantamos después a esos 404 ancianitos voluntarios lentes intraoculares con filtros.
Si no es útil, ¿no es invención?
Yo necesito que mi investigación sea útil. Y patentarla, no para hacerme rica, sino para que ayude a todo el mundo. La gente cree que las patentes sirven para guardar en secreto la invención y son para todo lo contrario: para difundirla y que nos sirva a todos.
Tomamos nota.
El Estado compensa esa revelación con una exclusividad de 20 años –en realidad 15, tras cinco de trámites– para su explotación.
Con 15 años ya se puede usted forrar.
Yo no, la Complutense es la beneficiaria.
¿Qué ha inventado usted?
Tengo a mi nombre tres familias de patentes: en total 448 patentes. Y todas relacionadas de algún modo con la visión.
Cuéntenos.
La primera familia es la de filtros ópticos para evitar la degeneración macular.
¿Es novedoso?
Si no, no sería patente. Es necesario, porque la disminución de la capa de ozono deja más expuestas nuestras retinas a las longitudes de onda corta del espectro visible que son más agresivas para nuestros ojos.
¿Hasta ahora no eran necesarios?
Cada vez lo son más, porque la degeneración macular aparece con más frecuencia, lógicamente, en los más ancianos, y nuestra longevidad –vivimos más años– nos hace a todos candidatos a sufrirla.
¿Y usted ha diseñado gafas con filtro?
Nosotros descubrimos qué parte del espectro era dañina y cómo el filtro natural de nuestro sistema visual, el cristalino, con los años dejaba de ser eficiente.
Si vivimos más, hay más cataratas.
Tras la investigación, diseñamos cristales de ventanas, lunas de vehículos, lentes de contacto y gafas protectoras –el filtro se puede aplicar a toda superficie visual–.
¿Ese filtro acabará siendo universal?
Estoy convencida. Pero, además, al investigar la percepción ocular, comprobamos las posibilidades biométricas de la retina.
¿…?
Hace un siglo que usamos las huellas dactilares para identificarnos y hace 20 años que se utiliza el iris. Ahora hemos patentado un sistema biométrico de identificación por la córnea: medimos en ella 3.600 puntos y logramos una identificación externa, inmediata, no agresiva… ¡Definitiva!
Vende usted bien.
Creo en lo que hago. Y ahora leo su pupila: los ojos evolucionaron como una prolongación del sistema nervioso central, pero también del vegetativo, por eso son el espejo de nuestro consciente y de lo inconsciente.
Doctora, impresiona.
Sus ojos dicen que está muy atento. Perfecto, porque ahora le explicaré nuestra tercera gran familia de patentes que mejoran la visión para la conducción nocturna.
Conducir de noche es una tortura.
Porque en la oscuridad, millones de personas no aprecian colores ni contrastes. Por eso patentamos el difusor de luz en el techo del vehículo que induce la contracción de la pupila en ambientes con poca iluminación.
¿Para qué?
Elimina aberraciones visuales y mejora la imagen generada por la retina.”